El mirlo macho empieza a cantar en los días templados de invierno, pero tan débilmente, que no es audible más que en las proximidades. A finales de invierno o principios de primavera ya se oye la canción completa del mirlo. Si no fuera tan corriente, los pajareros la considerarían como una de las mejores melodías emitidas por un pájaro europeo, superior incluso a la del ruiseñor. Lo cierto es que el canto del mirlo es el más musical, insuperable en riqueza de melodías y en armonía.
La actividad sexual de las aves es gobernada por lo largo de los días. Con esto se explica que en las grandes ciudades, casi siempre iluminadas, se pueda oír el canto del mirlo incluso en medio de una noche de invierno: un curioso contraste para una civilización y un ambiente opuestos a la vida natural.
Por lo demás, el mirlo canta con mayor brío en los días de llovizna y en los crepúsculos matutino y vespertino.
La pareja de mirlos ocupa un territorio durante la época de cría, no tolerando en él la presencia de ningún otro mirlo. En ocasiones se agota luchando contra su imagen que él ha advertido en un espejo, en un cristal o sobre el tapacubos cromado de la rueda de un coche.
El nido tiene forma de taza, recubre su interior con una capa de tierra y el exterior con una de tallos. Más de un ama de casa ha visto cómo un mirlo (para construir su nido) cogía la tierra húmeda de los tiestos de flores recién regados. El nido suele situarse bajo, visible, como al azar, sin protección alguna en pinos pequeños, en balcones, entre jardineras o bajo el techo de un invernadero.
Normalmente incuba la hembra en solitario los 3 a 6 huevos de cada puesta; el macho la releva raras veces. La incubación dura de 11 a 14 días. Los polluelos permanecen en el nido unos 12 ó 13 días, abandonándolo cuando apenas pueden volar. Durante otros 14 días siguen suplicando comida con gritos estridentes. Hacen dos o tres puestas al año.